Actualmente los psicólogos evolutivos estudian con atención el desarrollo de la psicología en la edad adulta, dividiendo esta fase en diversas etapas. Existen pocos criterios científicos para señalar el cambio de un periodo a otro; nosotros dividiremos la edad adulta en: La edad temprana o juventud (20 a 40-45 años) y la edad media o madurez (40-45 a 65 años aproximadamente) y la tardía o senectud (De 60- 70 en adelante).
Durante la edad temprana y la edad media, la salud y la energía son, por lo general, bastante buenas. De los 20 a los 30 años, nos encontramos en el punto máximo de nuestra fortaleza muscular y destreza manual . Vemos y oímos de forma más nítida de los 20 a los 25 años, perdiendo gradualmente la agudeza visual y la capacidad para oír los tonos más agudos. El sabor, el olfato y la sensibilidad al dolor, al tacto y a la temperatura permanecen estables hasta al menos los 45 0 50 años; cúspide también de nuestra capacidad reproductora. También la capacidad sexual del hombre irá declinando y el padecimiento de hipertensión se convierte en problema para lagunas personas. El metabolismo cambia y ambos sexos tienden a aumentar de peso.
Respecto a las facultades intelectuales; ciertos tipos de inteligencia continúan desarrollándose a lo largo de toda la vida. La inteligencia fluída inicia un suave y lento declive en la madurez; sin embargo, la inteligencia cristalizada permanece igual o incluso aumenta, aspecto favorecido a la mayor experiencia del sujeto.
Según Erikson el joven se enfrenta con la crisis de intimidad frente a aislamiento y el adulto maduro con la de generatividad frente al estancamiento. El joven debe comprometerse con otra persona o arriesgarse al aislamiento.
El adulto maduro debe abordar el problema de establecer y guiar a la siguiente generación. Alrededor de los 40 años los individuos se enfrentan a la necesidad de generatividad, una preocupación por establecer y guiar a la siguiente generación, que puede expresarse a través de la educación de los propios hijos. Aunque hizo hincapié en el deseo de tener y guiar hijos propios, demostrando por tanto cierta “confianza en la especie”, Erikson recalcó el potencial de generatividad que también existe en cualquier tipo de trabajo, y en la preocupación por el futuro mostrado en actividades frecuentemente de tipo social.
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