Todas las personas, sea cual sea nuestra cultura, vivimos rodeadas de música; desde nuestro nacimiento (e incluso durante la gestación) nos cantan nanas para relajarnos y, desde esas edades tan tempranas, tenemos las capacidades básicas para procesar la música en las distintas regiones cerebrales, de hecho los bebés responden antes ante estímulos musicales que ante la comunicación verbal de sus padres.

cerebro_musicaLa música es un arte que no suele dejar indiferente a nadie; tiene la capacidad de emocionarnos, de activarnos, pero también de calmarnos, de ayudarnos a evocar recuerdos, etc. La pregunta es ¿cómo consigue la música influir de esta forma en nuestros cerebros?

El sonido llega al oído, se transmite al tronco cerebral y de ahí a la corteza auditiva primaria. La respuesta que de nuestro cerebro a los sonidos estará condicionada por aquello que hayamos escuchado con anterioridad, ya que el cerebro tiene una “base de datos” proporcionada por las melodías conocidas, es por esto que las canciones tienden a gustarnos más cuando nos resultan familiares, cuando ya las conocemos porque ya “las tenemos registradas en el cerebro”.

La música nos proporciona placer ya que nos hace segregar dopamina (el neurotransmisor de la recompensa cerebral) ayudando a generar sensación de bienestar; de hecho, gracias al uso de técnicas de neuroimagen, se ha detectado que que cuando está a punto de llegar el momento cumbre de una melodía, el núcleo caudado (área relacionada con la anticipación del placer) hace que segreguemos cerca de un 6% más de dopamina que en una “situación normal”.

Al escuchar una canción nueva se produce una mayor interacción entre las áreas corticales  superiores y el núcleo accumbens (núcleo del placer y la recompensa cerebral), estas áreas superiores se encargan del reconocimiento de patrones, la memoria musical y del procesamiento emocional. Así, cuando escuchamos  canciones que no nos resultan  familiares lo que hacemos es buscar en nuestros circuitos de memoria, en esa “base de dados”, para así intentar predecir por donde va a ir la canción. Si no conseguimos encontrar un patrón en la melodía esta nos resultará extraña, no nos gustará y no se producirá liberación de dopamina. En cambio, si nuestra predicción acierta, si anticipamos correctamente los picos emocionales de la canción, es cuando liberaremos dopamina y disfrutaremos de la canción. Nos gustan las estructuras melódicas, los sonidos familiares. Si hay una violación ligera, pero intrigante de la familiaridad, también se libera dopamina, pero hay un límite tras el que el sonido es tan ajeno y extraño que no se segrega este neurotransmisor. Lo ideal es un equilibrio entre saber lo que va a pasar pero poder ser sorprendidos, al menos ligeramente, por la canción.

Cerebro_musica_favorita_intro_750x400pxOtro factor que influye en como reaccionamos ante la música es su complejidad, que la canción tenga un cierto nivel de complejidad (y no se base simplemente en la combinación de tres acordes) nos genera un mayor disfrute porque hace trabajar al cerebro, lo estimula. Dependiendo del tipo de música que escuchemos se activarán más unas áreas cerebrales u otras. Así, una melodía que nos resulte agradable activará el núcleo accumbens (núcleo del placer) mientras que si la música nos parece desagradable tendrá un mayor impacto en la amígdala.

Según Robert Zatorre, miembro de un equipo de investigadores que ha explicado en la revista Nature Neuroscience algunos mecanismos cerebrales que activamos al escuchar una melodía, la música “Representa a la vez lo más elaborado de la mente humana en cuanto a cultura y cognición (que reside en la corteza cerebral), y lo más emocional  (el núcleo accumbens)”. La música es la unión perfecta entre lo cognitivo, lo social y lo emocional.

Ainara Rivas Olivera
Psicóloga en MasaM

Deja un comentario